Nuestro corazón  se estremece de compasión, pues es el viejo Jehová el que se prepara para la muerte. Le hemos conocido desde su cuna en Egipto, donde fue criado entre los temeros y los cocodrilos divinos, las cebollas, los Ibis y los gatos sagrados; le hemos visto decir adiós a los compañeros de su infancia, a los obeliscos y las esfinges del Nilo, después llegar a ser un Dios-Rey en un pobre pueblo de pastores le vimos más tarde en. contacto con la civilización asirio-babilónica; renunció a sus pasiones, demasiado humanas; se abstuvo de vomitar la cólera y la venganza, o por lo menos, no tronaba por cualquier bagatela…; le vimos emigrar a Roma, la capital, donde abjuró toda especie de prejuicios nacionales y proclamó la igualdad celeste de todos los pueblos; con estas bellas frases se opuso al viejo Júpiter e intrigó tanto, que llegó al poder y desde lo alto del Capitolio gobernó la ciudad y el mundo, urbem ei orbem…; le hemos visto purificarse, espiritualizarse todavía más, hacerse paternal, misericordioso, bienhechor del género humano, filántropo… ¡Nada le ha podido salvar!» «¿No oís la campana? ¡De rodillas! Traen el viático a un Dios que se muere»

Heine